Ahí estaba, ahí estábamos, el
resto del universo por un momento dejó de tener importancia, el tiempo parecía
estar detenido, sólo podía mirarlo; fundirme en esa mirada que sin decir nada podía responderme cualquier interrogante. Su sonrisa era
igual de hermosa que sus gestos, parecía tan tranquilo al hablar y yo me
encontraba con el corazón latiendo a más no poder. Y por unos instantes me
sentí conforme, estaba junto a el y sabía perfectamente que nadie más me hacía
sentir de ese modo. Sus labios
encajaban perfectamente junto a los míos, hubiera querido besar esa boca por el
resto de mis días. Sentía amor, quería gritarle al mundo - que en ese momento
mucho no me interesaba - que era feliz. Esos sentimientos oscuros desaparecían
cuando entablábamos una conversación por más estúpida que fuera; en sus brazos
sabía que podía refugiarme de cualquier amenaza. A pesar de que éramos
conscientes de que lo nuestro no era posible, lo amé todo el tiempo que pude e
intenté demostrárselo por más que resultara inútil.
Tengo que confesar que las
ocasiones en las que nos volvemos a encontrar, a pesar de no dirigirnos la
palabra, quiero abalanzarme hacia él y explicarle cuánta falta me hace. Pero a
la misma vez, haber sentido tanto dolor me hace recapacitar acerca de la situación
y caigo en la realidad de que todo esto es producto de mi imaginación y que a
pesar de negarlo, jugó con mis sentimientos, como de costumbre...